30 diciembre, 2009

TRAS EL “ATENTADO” DE NAVIDAD… FELIZ AÑO 2010

En cuestiones de geoestrategia internacional (porque de eso va lo que pasa), al paso que llevamos año tras año por estas fechas, lo más creíble de la Navidad van a ser los Reyes Magos. Y eso que, según la tradición, eran persas. Posiblemente, antes o después los acusen de ser de Al Qaeda.

La versión oficial
He aquí la versión oficial, es decir, las cosas tal como nos las han contado (y tal como nos obligan a repetirlas): el día de Navidad hubo un intento de atentado en un avión que cubría el trayecto entre Ámsterdam y Detroit a cargo de un islamista radical, nigeriano y de 23 años, llamado Umar Farouk Abdulmutallab. El explosivo que portaba era el potente PENT, pero el dispositivo falló. El terrorista actuaba a las órdenes de Al Qaeda y se había formado como extremista en Yemen. Aunque el nombre del terrorista estaba en las listas de sospechosos, algo falló en los sistemas de seguridad, que el presidente de Estados Unidos ha ordenado revisar.

El incidente del segundo avión
A grandes rasgos, esa es la versión oficial, a la que luego se han ido añadiendo diversos elementos que no hacen sino alimentar más el temor y el miedo a las acciones que puedan llevar a cabo las huestes de Bin Laden.
Como consecuencia de esa sensación se explica -se explica, se justifica y lo peor de todo, ¡se excusa!- lo ocurrido 24 horas después cuando un pasajero nigeriano (ahí están los nuevos “malos”, ahí y en Yemen, que para algo se está bombardeando desde hace semanas algunas regiones del país, sin que esos bombardeos merezcan la atención mediática) que viajaba en el mismo vuelo y efectuaba el mismo trayecto fue detenido a consecuencia de su sospechosa actitud.
Lo ocurrido en ese segundo vuelo es un ejemplo de hasta qué límite están llegando las cosas. El nigeriano visitaba el baño con frecuencia, a veces durante mucho tiempo. Incluso parecía nervioso. Ambos comportamientos delatan ahora a un presunto terrorista…
Horas después de darse a conocer la noticia del segundo incidente, se informó de que se trataba de una falsa alarma. Pero no por ello nadie pide disculpas; incluso se justifica que el ciudadano nigeriano fuera detenida debido a su “actitud verbalmente inadecuada”.
Lo que en realidad pasó es que el nigeriano tenía problemas intestinales y requería visitar el baño a menudo (no hace falta ser más explícito), lo que motivó que algunos pasajeros sacaran a relucir sus prejuicios (¿hubiera pasado lo mismo si la diarrea la hubiera sufrido un rubito alto de Ámsterdam?) y arremetieran contra un comportamiento que era a todas luces sospechoso (¿alguien nos quiere explicar por qué ahora esa es una actitud peligrosa?). Lógicamente, el sospechoso se cabreó y levantó la voz contra quienes le acusaban de terrorista. Pero como no fue lo suficientemente sumiso como para admitir que estaba haciendo cosas muy raras, le arrestaron.

Actitudes sospechosas
Muy pocas voces se han levantado para denunciar lo ocurrido en ese segundo vuelo. Da la sensación de que se autoriza por razones “morales” y de situación el hecho de que alguien con actitud sospechosa (¿qué demonios es eso?) y con un comportamiento verbalmente inadecuado (vuelvo a preguntar: ¿qué demonios es eso?) sea detenido. Nadie dice que a los pasajeros del vuelo les han estropeado las neuronas y que la sociedad recibe mensajes aterrorizantes que modelan las ideas dominantes a extender, con lo cual se busca que en realidad suceda esto, que no es sino una suerte de actualización de la “policía del pensamiento” que planteaba Orwell en su novela “1984“, una policía que actuaba según los pensamientos “asociales” de los acusados. Pero la visión de Orwell se ha quedado corta: esa policía también puede actuar si una diarrea es extraña, si quien está enfermo se cabrea, si alguien cuestiona las corrientes de comportamiento histérico que se ha generado, etc.
Me hubiera gustado que alguien efectuara otro tipo de lectura. Una lectura algo más crítica, pero el problema es que esa otra interpretación de lo sucedido en el primero -y en el segundo- de los vuelos no sirve para favorecer negocios relacionados con la seguridad, futuras maniobras asociadas a la geopolítica de dominación mundial o corrientes de opinión tendentes a mantener a los ciudadanos bajo una serie de normas que permiten a “los de arriba” campar a sus anchas.

Una lectura crítica
Alguien podría haber dicho lo que falló en las listas de sospechosos que se manejan no es que alguien que estaba en ellas subiera a bordo de un avión, sino que la existencia de listas en las que aparecen los nombres de ¡¡¡¡550.000!!! personas son una exageración sin sentido, ya que nadie en su sano juicio puede creer que hay más de medio millón de personas planeando atentados en aviones.
Lo que imposibilita esa inmensa lista no es que haya atentados, sino que se pueda gestionar de forma eficiente. Pero además se imposibilita la libertad -y ya ha pasado- de que muchos cientos de miles de personas puedan no subir a un avión por formar parte de esa lista. Hace no mucho tiempo, a un buen amigo mío le retuvieron en su aeropuerto de destino en Estados Unidos ya que aparecía en las listas -convertido en sospechoso- porque había visitado Jordania en varias ocasiones en tiempos recientes.
También me hubiera gustado que en esa lectura crítica alguien hubiera dicho que, en vez de fallar, las medidas de seguridad (rayos X, cacheos, etc.) fueron atinadas, ya que sólo permitieron que el sospechoso subiera a un avión con un explosivo totalmente inadecuado en su composición y formación. Si hubiera llevado algo verdaderamente peligroso no hubiera superado esos controles, pero nadie piensa en eso.
Precisamente, desde ese mismo aeropuerto de partida en Ámsterdam he viajado a Estados Unidos. Allí, las medidas para ese tipo de vuelos son exageradas, incómodas, molestas… Por no hablar de los tipos que las llevan a cabo, para quien eres sospechoso por naturaleza hasta que se convencen de lo contrario. El gran problema es que medidas como las que existen en ese aeropuerto son jaleadas por una opinión pública a la que cada vez se le dice más qué es lo que tiene que pensar.
Hablando de explosivos, también me gustaría que en esa lectura crítica alguien hubiera señalado que lo que portaba el sospechoso no era, tal como se ha dicho, un sofisticado mecanismo, un potente explosivo, etc. Era, sin más, afortunadamente, una chapuza que no valía para nada. Por mucho que lo hubiera intentado, lo que ese individuo estaba haciendo jamás hubiera causado una explosión como la que nos han pintado. Hubiera necesitado otro procedimientos, otros elementos, más mecanismos técnicos, etc.
También me hubiera gustado que en esa lectura crítica, alguien hubiera afirmado que el sospechoso -como ya hay suficiente información para decirlo- estaba de loco de atar y era un enfermo mental (los terroristas también lo son, pero me refiero a un caso de libro, a una enfermedad tipificada). Que el sospechoso diga (o lo que nos han dicho que dice, que nadie se plantea otras posibilidades) que es de Al Qaeda no significa nada mientras no se demuestre, al tiempo que tampoco significa nada que alguien haya reivindicado (¿¿¿se reivindican los fracasos???) el atentado en nombre de Al Qaeda, no sólo sin demostrar que pertenecen a Al Qaeda sino incluso aunque se demostrara, ya que sabido es que la supuesta Al Qaeda lo ha hecho en muchas ocasiones, para publicitarse a costa de la acción de un demente.
También me hubiera gustado que en esa lectura crítica alguien sacara a relucir los bombardeos que está sufriendo la población civil en algunas zonas de Yemen, bombardeos de los que nadie habla pero que dirigidos por el gobierno de ese país con la colaboración de Estados Unidos porque entre los bombardeados hay supuestamente rebeldes apoyados por Irán y Al Qaeda. Nadie se plantea que los principios islámicos de Irán y de Al Qaeda no sólo no se parecen sino que son opuestos. Tampoco se plantea nadie que no existen pruebas reales de esos vínculos. Lo único que se ha demostrado es que los rebeldes yemeníes, entre los cuales hay un minúsculo grupo que dice estar en la órbita de Al Qaeda, están en contra de su gobierno por sus acciones tiranas, pero el presunto apoyo de los malos justifica muy bien la acción bélica; mientras a unos les sirve para mantenerse en el poder, a los otros les permite que esos que se mantienen en el poder puedan seguir cediendo la explotación de recursos naturales en el país a un ínfimo coste, así como el recorrido de sus petroleros a través de los mares que se extienden frente a las costas.
También me hubiera gustado que en esa lectura crítica alguien hubiera clamado al cielo por el hecho de que ahora se vea con buenos ojos incrementar las medidas de seguridad, que según fuentes oficiales pueden llegar a ser ilimitadas. Y no sólo se critica sino que en esa lectura de los hechos, los creadores de opinión las solicitan y racionalizan en función de lo ocurrido. Se han visto incluso reportajes en grandes cadenas en los que se da voz a pasajeros que dicen sentirse más tranquilos con medidas reforzadas y en los que se informa que esas medidas son bien aceptadas. Aunque fuera así -que por desgracia, no tengo tan claro que no lo sea- también me hubiera gustado que alguien recordara que las medidas de seguridad que vulneran los derechos de los ciudadanos no generan más seguridad -así es la paradoja- sino que recortan la libertad a costa de volvernos más sumisos.
Fíjense que entre las medidas va a estar la de impedir a nadie levantarse durante la última hora de vuelo ni para ir al servicio (imagínense lo que le hubiera pasado al nigeriano del segundo vuelo…), ni utilizar el equipaje de mano (no vaya a ser que alguien coja un libro para leer… y encima su culturice, que eso sí es sospechoso) ni tener nada encima de las piernas, ni siquiera una pequeña manta, aunque se muera uno de frío con el aire acondicionado que en los aviones emplean a todo tren.
Ojalá alguien hubiera dicho que la seguridad que justifica quitar libertad es la puerta que conduce a los peores regimenes. Yo, aunque pierda seguridad, quiero correr el riesgo porque quiero seguir siendo libre. Admito el supuesto precio a pagar. Hablando de precio a pagar: los escáner corporales que se van a acabar imponiendo en aeropuerto de todo el mundo (tiempo al tiempo) cuestan en sus versiones más baratas (a lo que hay que sumar personal y otros muchos costes, que a más de uno le alegrarán el bolsillo) unos 150.000 euros, diez veces más que los actuales, que ahora nos dicen -qué casualidad- que están obsoletos. En los nuevos que se quieren imponer se ve el cuerpo completamente al desnudo. Para eso, y puestos a tomar medidas irracionales, sería mucho más barato y entretenido impedir que los pasajeros puedan subir vestidos al avión…
Dicho esto, Feliz Año 2010 a todos.