Anoche
presenté mi libro Triple A en la Casa del Libro. A este mismo lugar,
acudió hace unas semanas Tamara Falcó y, según sus palabras, el
libro que más le llamó la atención, entre los cientos de miles que
hay ahí, no fueron las obras de Phillip Roth, Tom Wolfe, José
Saramago o Paul Auster. Ni siquiera le llamó la atención los libros
de Benedetti o de Onetti. Según sus palabras, el que más le cautivó
fue la Biblia. Y lo compró. Ahí inició una transformación que le
ha llevado incluso a acercarse al mundo de las apariciones marianas y
se plantea, por si fuera poco, la probabilidad de hacerse monja.
Podría haber elegido incluso las sombras esas de Grey, que no es
buena literatura, pero habla sobre el ser humano y sus gustos, más o
menos como la Biblia, pero al revés. Eso sí: la Biblia está bien
escrita, es literatura de inmensa calidad, es una obra fascinante, su
estudio antropológico e histórico es un ejercicio fascinante, pero
en manos que se mueven -y ya no hablo de las sombras de Grey- por una
mente con otro tipo de impulsos quizá incluso hasta puede llevar a
decisiones drásticas, como la de internar en un monasterio o creer
que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, que es
una frase-verdad que se está utilizando demasiado para justificar
las razones de la crisis económica que estamos viviendo.
Una
de las cosas que me propuse en la presentación era, especialmente,
hablar de cómo la crisis ha servido para presentar en sociedad, con
aplausos bien generalizados, determinados tópicos y sentencias que
se utilizan demasiado y que no siempre contienen una gran verdad. De
ello hablo en mi libro de forma sobrada. Quizá, la más terrible de
esas sentencias es esa que dice que existió una época de bonanza y
que, mientras duró, vivimos por encima de nuestras posibilidades.
Por más que uno mire al pasado, no encuentra mayor bonanza que pagar
a duras penas las letras, las facturas o los impuestos. Ahora no se
consigue ni siquiera a duras penas; poder sobrevivir debe ser vivir
por encima de las posibilidades y encontrarse en la bonanza más
absoluta...
Cuando
uno entra a la Casa del Libro, si algo le llama la atención y decide
comprarlo, puede poner en práctica aquello que antiguamente era el
trueque, y que es la base de la economía: el intercambio de bienes.
Es decir, tú das dinero y a cambio te dan un libro. Es muy sencillo.
Ese tipo de economía ha entrado en recesión porque el dinero que la
gente tiene en sus bolsillos en cada vez menos, pero ese tipo de
economía, la real, la de todos, es víctima de la crisis económica
que se ha generado a otro nivel, al más alto nivel, en el mundo
financiero, y por culpa de haber puesto AAA (Triple A) a casi todos
los productos financieros, se ha producido una borrachera de
sucesivas ventas y compras en las que, en realidad, lo que se estaba
intercambiando no era una cosa por otra, sino dinero por dinero. Eso
había hecho crecer la burbuja con números de infinitas cifras que
representaban dinero, pero que en realidad no existía. Era un dinero
que incluso puede decirse que era irreal. Ahora, cuando ha habido que
ponerlo encima de la mesa, convertirlo en real, en contante y
sonante, se le ha quitado de sus bolsillos a los ciudadanos que en
esa supuesta época de bonanza vivían por encima de sus
posibilidades. Al quitárselo a los ciudadanos, el consumo decrece,
el paro se incrementa y... la crisis se lo lleva todo.
No
han sido los ciudadanos los que vivieron por encima de sus
posibilidades. Han sido quienes vendían dinero haciendo creer que
ese dinero iba a valer más y más. La avaricia y la codicia ha sido
inmensa. En un correo electrónico que se ha conocido, extirpado de
las entrañas de una agencia de calificación que estaban invitando a
la borrachera gracias a poner Triple A a todos esos productos
financieros, uno de los analistas decía: “Hagámonos ricos antes
de que este castillo de naipes se derrumbe”. Ahora se ha
desplomado, pero los ciudadanos no son los culpables. No vivieron por
encima de sus posibilidades, sino que vivieron con las que tenían,
más bien escasas, pero su escasez es ahora penuria. No sé si esas
frases que se utilizan para justificar la actual crisis y desviar la
atención para culpabilizar al ciudadano son tan falsas como las
verdades que impone la Biblia a sus acólitos, aunque bien pensado,
creérselas les lleva a algunos al convento y vivir al margen de la
realidad, mientras que a otros, que decidieron quedarse en esta
realidad, les lleva a vivir en las calles después de que les quiten
sus propias casas.