Era
cierto, aunque pareciera una broma de mal gusto. Hoy, los máximos responsables de la Unión Europea, en
presencia de casi todos los presidentes de los diferentes países que
la forman, han recibido el Nobel de la Paz. No ha habido tanto
escándalo como en aquellas ocasiones en las que el galardón se lo
llevaron personajes que hicieron mucho, de todo tipo, pero nada
relacionado con la paz. Quizá no ha habido tanto escándalo porque
en cierto modo nos creemos un poco premiados. Para la entrega del
premio se ha escenificado alguna que otra broma, con menores, como
esa joven salmantina de 12 años, que han sido utilizados para hacer
ver al mundo lo bonito que es la misión en la que se han embarcado
los constructores de Europa. Me gustaría saber cuántos menores han
muerto en conflictos bélicos durante el último año gracias a las
mortíferas armas que los países de la Unión Europea han vendido en
el último año. Según el Instituto Internacional para la Paz de
Estocolmo, los países que integran la UE se ham embolsado 75.000
millones de euros en el último año vendiendo esas armas. También
estaría bien saber si se hubieran solucionado parte de los problemas
en Oriente Medio si la UE hubiera tenido un papel más rotundo en el
conflicto entre Israel y Palestina. O si gran parte de los países de
la misma unión no hubiera apoyado los ataques contra Irak o
Afganistán, enviando al campo de batalla decenas de miles de
soldados. O haciendo un poco de memoria, qué hubiera pasado si los
receptores del Nobel de la Paz hubieran querido de verdad construir
una paz en la antigua Yugoslavia antes de que se mataran entre ellos
hace no tantos años. Se puede premiar, si se quiere, los intentos de
los dirigentes de todos estos países por intentar erigir una Europa
unida, aunque esa unión se haga ahora a costa de enviar a la miseria
y a la pobreza a millones de personas que no encajan en los ideales
de quienes instigan recortes y más recortes para salvar -eso dicen
ellos- al continente de la crisis. Que durante la entrega del Nobel
de la Paz, todos los presentes hayan jaleado hasta que se levantó,
en medio de un sonoro aplauso, la canciller alemana Angela Merkel, la
defensora de la necesidad de esa pobreza y representante de un país
que poco está apoyando en la ONU los movimientos por la laz, suena a
broma. A broma de mal gusto, a la que con estupor seguramente han
asistido los miles y miles de personas que en todos los rincones del
globo ponen su verdadero grano de arena por conseguir algo de paz.
Una broma que ha rematado el presidente de la Comisión Europea, un
órgano de poder que no sigue los preceptos democráticos, Durao
Barroso, cuando en nombre de los premiados ha dicho: “Mi mensaje
es: puedes sumarte a nuestros esfuerzos para luchar por la paz, la
libertad y la justicia en Europa y en el mundo”. ¿Lo ha dicho en
serio?