23 enero, 2013

ENTRE HANEKE Y BUKOWSKI: LO QUE (NO) VALE LA VIDA


En el plazo de 24 horas vi Amor, la última película de Michael Haneke, y leí Cuando el capitán salió a comer, los marineros tomaron el barco, el diario-libro de Charles Bukowski. Han sido dos aproximaciones al arte de lo más extraordinario. Son trabajos plenos, extraordinarios y motivadores. En principio, ambas obras son diametralmente opuestas. Pero eso es la apariencia; la sensación ante ellas es parecida: la reflexión ante el valor de la vida o, más aún, el valor de lo vivido. Y ambos trabajos están efectuados por artistas que se encuentran en la cumbre de su madurez (aunque entre ambas hayan pasado veinte años),  que el universo que se abre hacia atrás es mucho mayor que hacia delante. Ahí radica el valor de la reflexión que plantean, que no hay que juzgar, ni comentar ni corregir o asimilar. Es el valor que ellos le dan y con eso basta.
En su libro, emerge un Bukowski que reflexiona sobre el oficio del escritor como sujeto que está anclado, para su desgracia, a la vida o al menos a lo que no pocos consideran vida. Como suele ser habitual en él, Bukowski es tan duro como claro, aunque aquí aparece un hombre que es mucho más que La máquina de follar, el libro por el que tantos le conocieron. Le salva la ironía, a ratos divertida, a ratos... vida. Pero su reflexión sobre el ser humano, la deriva en la que se halla, la cosa esa que llaman vida -“la vida que algunos viven”, dice Bukowski en plan despectivo, como diciendo que vaya cosa que algunos han elegido para ver pasar los días, una nada detrás de otra nada- cala tan hondo como para concluir que nada merece la pena salvo exprimir, a modo de razón para seguir aquí, la cosa esta que pasa de forma inexorable. Como acostumbra, Haneke emplea un hecho o acontecimiento para presentar el momento a partir del cual llega la reflexión: un matrimonio maduro, que tiene de todo, o al menos casi todo lo que han querido, que han vivido una vida intelectual, una vida plena, en la que desarrollaron con éxito sus vocaciones, afronta el revés de la salud cuando ella sufre un ataque que finalmente le deja postrada en la cama, sin ser nada de lo que fue, si poder utilizar su bagaje, su mente, su vida, lo que fue... que ya no es.
En el fondo, ambos defienden la necesidad de vivir. De hacerlo al límite de la experiencia, bien sea corporal, bien sea mental. Lo importante es que sea, si bien al final del camino, cuando todo está en la última cuesta abajo, el valor es el mismo, es decir, nada o casi nada. La vida es lo que es, pongan el adjetivo que quieran, pero ya que tenemos la opción, pese a todo, pese a que después seamos conscientes de que es eso, al menos, que sea con M mayúscula. La única verdad es que todos iremos al hoyo y que todos criaremos malvas antes que después, aunque hayamos vivido pensando -eso es vivir, y es que si es que es algo, vivir es pensar-, la proximidad del último día sea mucho más dura habiendo vivido en condiciones que no. Es una elección: o vivir viendo como pasan las horas o vivir sacando fruto de esas horas, pero tomando como libro de estilo lo que hayamos decidido nosotros, no lo que otros digan que es lo correcto. Lo segundo, vivir viviendo, vivir pensando, y más aún cuando llega el final, es mucho más duro, mucho menos recomendable, mucho menos satisfactorio... Pero, pese a todo, es mejor, porque la vida no merece la pena, viene, llega y cuando se empieza a pasar, se echa de menos, aunque echar de menos sea quizá lo más duro. Aún con todo, es mejor echar de menos la nada, habiendo sido un poco algo, que la nada absoluta.