Posiblemente
no hay una reunión de hombres, y alguna mujer, pero pocas, más
poderosos. Bueno, sí las hay, varias, al menos una docena de ellas a
lo largo de todo el año, pero la reunión de Davos (Suiza) pasa por
ser la más abierta y transparente. Además, suelen acudir
periodistas que pueden preguntar (una costumbre que se pierde en comparecencias oficiales), políticos que están al margen de
los juegos entre los poderosos, retransmiten todas las reuniones vía
internet... Y se abren a nuevas propuestas, a trabajos innovadores, a
la búsqueda de iniciativas que fomenten el desarrollo sostenible,
etc. Es decir: los que mandan se vuelven buenos y bajan a la arena. Casi, casi, se vuelven una especie de ONG.
Al
menos, esa es la apariencia y lo que se pretende mostrar. Tanto es
así que algunos medios de comunicación celebran la reunión, mandan
sus corresponsales, elogian las iniciativas... Es como si cayeran en
la trampa, porque en el fondo, el Foro Económico Mundial de Davos
tiene claro que preconiza, defiende y alienta el libre mercado y la
competencia, aunque también eso es la apariencia, porque sólo lo hacen si interesa. Fue muy comentada
la exposición de Bill Gates en 2009, cuando defendió sus bondades y
la forma en la que intenta mejorar el mundo -aquí, para algunos, “el
mundo” es “su mundo”- con sus iniciativas. Digo que no deja de
ser curioso, porque su empresa es de las que menos contribuyen a que
todos puedan acceder en libertad a las cosas; las sentencias sobre
cómo han vulnerado los principios de competencia leal ocuparían un
libro. Del mismo modo, en Davos presumen de defender el liberalismo
como mejor camino para mejorar el mundo. Y vuelve a ser curioso que
los banqueros sean los más presentes en la reunión, cuando hace no
mucho sus ideales liberales fueron seccionados por ellos mismos para
poner la mano frente a los palacios gubernamentales y pedir que les
ayudaran y rescataran. Seamos sinceros: Gates y los banqueros asumen
como maravillosa la libertad -sólo la económica, claro- cuando les
interesa, pero luego, cuando se trata de someter esa libertad en
nombre de “su mundo”, no tienen problema en ser más
intervencionistas que nadie. Eso sí: llevan al extremo su creencia
en que lo que se da... no se devuelve.
En la
reunión que el día 23 de enero mantuvieron los principales
directores de los bancos más importantes del mundo se produjo uno de
esos momentos que es necesario poner en las portadas del periódico
que cuenta aquello que nos afecta. Una periodista pidió que
levantaran la mano quienes estaban a favor de que existieran más
controles y más regulación para la actividad bancaria. Sólo dos
asistentes la levantaron. Y luego pidió lo contrario: que levantaran
la mano quienes querían menos regulación. Ahí, cientos de
banqueros -menos dos- las alzaron. Está claro. Eso sí, cuando los
ciudadanos, con sus impuestos, con los recortes que han sufrido, con
el fin del sistema de bienestar, han tenido que cubrir las ayudas que
ellos requirieron para seguir en “su mundo” -el llamado rescate-
se olvidaron de loas a la globalización, al liberalismo, al
capitalismo, etc... Pero que después, ese es su ideario, no se le ocurra a nadie
pedirles responsabilidad ni exigir cuentas.
En mi
libro “Triple A” expongo con detalle las decenas de acciones de
demuestran lo irregular de las operaciones bancarias en los últimos
decenios, así como las pruebas definitivas de que esa falta de
regulación -no la hay, por muchos que algunos sigan diciendo que los
estados se entrometen- desde los años ochenta es la auténtica
responsable de la crisis que estamos viviendo. Uno de los bancos que
aparece ahí, en numerosas ocasiones, es JP Morgan. Su presidente es
Jamie Dimon, un hombre que no lo debe estar pasando nada bien ya que
pasó de ganar un sueldo de 23 millones de dólares anuales a ganar
sólo 11,3 (más las comisiones, claro, de tanto o más dinero) a
consecuencia del castigo que le interpuso su consejo de
administración debido a las pérdidas que tuvo uno de sus agentes a
la hora de invertir. La cuestión es más grave, porque en esa misma
reunión en la que sólo dos alzaron su mano para pedir que haya más
controles, llegó a decir que era necesario detener esas ínfulas de
control por parte de algunos poderosos y se mostró satisfecho por
las cosas que se están consiguiendo en ese aspecto. “Alguien debe
estar detrás de las personas y los gobiernos”, llego a decir. Su
sentencia es un alegato brutal contra la democracia y la soberanía
popular. Porque “detrás”, es decir, encima, controlando y
mandando, están ellos. Y para glosar las bondades del riesgo -al que
defendió- habló de los 7 billones que recaudó el año pasado en
todo el mundo “para dárselos a la gente”. Quizá habría que
explicarle que ese dinero que recaudó no salió de la nada y no se
lo dan a la gente, sino que se lo toman y actúan: se lo quitan a la
gente de lo que deberá pagar en el futuro, de lo que podrán comprar
para subsistir, si pueden, de lo que acabarán pagando por su
hipoteca o por la renovación de sus créditos cuando tengan que
pedir otros para seguir comiendo y del esfuerzo de su trabajo diario
convertido en un sueldo que los trabajadores sólo cobran a mes
vencido, que ni los empresarios saben si podrán tenerlo mañana,
pero ellos si pueden disponer del mismo con meses y años de
antelación, convertido en una cifra en papel -en los llamados
paquetes financieros, que digan lo que digan está formado por
nuestro dinero de mañana- pero que tiene el valor que necesitan para
seguir su ruleta rusa. Eso sí: la bala cargada sólo estalla en la
cabeza de los ciudadanos.