El
13 de mayo de 1981, Ali Agca asomó un revolver Browning sobre
la multitud que aclamaba a Juan Pablo II y abrió fuego contra él.
Le hirió de forma severa pero no le asesinó. Nunca se supo si Ali
Agca actuó en solitario o fue el pistolero elegido por un grupo de
conspiradores que pretendía acabar con la vida de un pontífice que
ya estaba cambiando la historia. Precisamente, la teoría del complot
internacional fue la que más hondo caló en la opinión pública
mundial. Incluso tras su liberación, muy pocos ponen en duda la
tesis de la llamada “pista búlgara”, según la cual los altos
mandos de la URSS encargaron el asesinato a los servicios secretos de
Bulgaria, los cuales, gracias a sus contactos con el grupo terrorista
turco Lobos Grises, idearon la trama para que el pontífice polaco no
pudiera llevar a cabo sus planes de acabar con el comunismo a partir
de su apoyo al sindicato Solidaridad de Polonia, que acabó
por provocar años después el levantamiento del pueblo contra el
gobierno comunista, generando una reacción en cadena que concluyó
con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS.
Tanto
Juan Pablo II como el presidente norteamericano Ronald Reagan siempre
fueron considerados como los líderes morales de ese triunfo sobre el
Pacto de Varsovia. Si ese 13 de mayo de 1981, Wojtila hubiera muerto
“aquella década hubiera sido otra y nuestro mundo no sería este”, decía el diario El País el pasado 12
de enero. Y es que en realidad, el intento de magnicidio catapultó
hacia la santidad en vida al propio Papa y elevó su autoridad moral
en la lucha contra el comunismo. Y es que sin ese intento de asesinato la Historia
hubiera sido diferente.
Sin
embargo, el predicamento en la opinión pública de la llamada “pista
búlgara” es inversamente proporcional a las pruebas que implican a
la URSS y Bulgaria en el complot. Ninguno de los procedimientos
judiciales que se llevaron a cabo en Italia pudieron confirmar a
participación de elementos búlgaros en el fallido asesinato. En uno
de ellos, el magistrado Ferdinando Imposimato no pudo atar cabos para
demostrarlo. En su opinión, tras el complot existieron otros
individuos que todavía estarían vivos y deseando que no se conozca
una verdad que sólo Agca sabe: “Conoce muchas cosas, sabe quién
le encargó matar al Papa y estoy convencido de que ahora que está
en libertad su vida corre peligro”, afirma Imposimato seis meses
después de que la desclasificación de documentos secretos de la
época comunista en Bulgaria no sirvieran para implicar al bloque del
Este en el magnicidio.
¿Pretendía
Ali Agca asesinar al Papa?
Tras
los disparos, Juan Pablo II tuvo que ser operado de urgencia durante
más de cinco horas. Sufrió doce cortes en el intestino, le
extirparon un total de 55 centímetros, le practicaron una
colonoscopia y tuvo que recibir una transfusión. Cuando entró en el
Hospital Gemelli, el equipo de médicos se temió lo peor, pero
cuando abrieron el abdomen y descubrieron cuál había sido la
trayectoria de la bala respiraron aliviados, sin dejar de tener en
cuenta la extrema gravedad del paciente.
Cinco
días después, el Papa quedó fuera de peligro. Pero las incógnitas
no quisieron abordarse entonces. Ya había sido detenido Ali Agca, el
autor de los disparos y ya se sabía de él que era un asesino
profesional y miembro de los Lobos Grises, en cuya organización
había granjeado pese a su juventud fama de tirador certero. Al
analizar los detalles surgen las dudas, puesto que Agca disparó a
menos de seis metros del Papa. Para hacerlo, lo hizo levantando la
pistola entre los asistentes situando el cañón hacia abajo. Para
Francesco Bruno, que trabajó en los servicios secretos italianos
entre 1978 y 1987 como criminólogo, la forma de disparar y la
distancia a la que lo hizo, es idónea sólo para causar heridas
severas: “No tuvo jamás la intención de matar al Papa, sino
herirle de gravedad”. Y es que desde su situación, si Agca hubiera
disparado frontalmente en dirección al tórax hubiera asesinado al
Papa… “Así lo habría hecho cualquier asesino profesional. Y él
lo era”, sentencia Bruno.
Pero
además hay otro detalle importante: la pistola utilizada. Y es que
Ali Agca efectuó los disparos –uno o dos, siempre ha existido
disparidad de versiones– con una pistola semiautomática Browning
del calibre 9: “Ningún asesino serio la habría usado para matar a
su víctima”, señala el criminólogo italiano. Y es que fue
concebida, por ser ligera y precisa, como arma de defensa personal
pero no como de ataque. Incluso su capacidad ha sido polémica en
aquellos ejércitos como el argentino, que la adquirieron para sus
hombres: “Tenemos documentados casos en los cuales un delincuente
sigue huyendo aun después de dos o tres disparos”, puede leerse
como queja en la revista oficial Tecnología para Defensa. Por
esta razón, sus fabricantes decidieron cambiar posteriormente el
calibre por un parabellum para hacerla más potente y sus
disparos sí pudieran ser mortales.
El
terrorista turco recibió la pistola unos días antes de cometer el
atentado, mientras se encontraba en un hotel de Palma de Mallorca. Se
había fugado de la cárcel en noviembre del año anterior tras haber
sido condenado a muerte. Siempre se sospechó de la facilidad que
tuvo para escapar de prisión así como para desplazarse por media
Europa sin ningún tipo de problema. La posibilidad de que hubiera
estado protegido por alguien en todo momento siempre ha estado
presente. Incluso cuando partió hacia Roma desde el Aeropuerto de
Son San Joan en Mallorca, el detector de metales “pitó” a su
paso, pero tras las comprobaciones pertinentes le dejaron continuar
ya que oficialmente fue un cortauñas la causa de que saltara la
alarma. Ya en Roma, el día 9 de mayo obtuvo una suerte de visado
para poder estar cerca del Papa en los actos de aquellos días y el
13 de ese mismo mes intentó cometer el atentado.
La
posible existencia de un complot contra el Papa encabezado por los
soviéticos se hizo hueco en la prensa italiana apenas una semana
después del atentado. Al parecer, un informe de los servicios
secretos italianos apuntaba en esa dirección, pero según informaría
el 1 de febrero de 1982 el diario La Repubblica, aquel
documento no existió en realidad.
¿Falsas
pistas búlgaras?
Sin
embargo, la llamada “pista búlgara” cobró cuerpo en el verano
de 1982 a raíz de las informaciones publicadas por la periodista
norteamericana Clara Sterling. Según esta informadora, los Lobos
Grises mantenían abierta una ruta de tráfico de drogas y armas
entre Turquía y Bulgaria con la connivencia de altos mandatarios y
el control de los servicios secretos de este último país. La
existencia de esa trama fue aprovechada por el KBG para encargar el
intento de asesinato de Juan Pablo II, para lo cual los Lobos Grises
eligieron a uno de sus pistoleros con menos escrúpulos: Ali Agca.
Entonces, se tramó su fuga de prisión y se organizó toda la
cobertura para que cometiera el crimen, habida cuenta de la
existencia de una amplia logística, ya que según Sterling, los
Lobos Grises se habían convertido en una herramienta que los
servicios secretos ex soviéticos controlaban y utilizaban según
convenía.
Aunque
en un principio el propio Ali Agca sostuvo la teoría “oficial”,
la “pista búlgara” nunca se ha sostenido en pruebas confirmadas.
Los diferentes personajes de nacionalidad búlgara que fueron
procesados siempre acabaron en libertad y el propio Papa manifestó
sus dudas. En su libro Memoria e Identidad califica a Agca
como la punta del iceberg de un plan que nada tuvo que ver con los
búlgaros. También insistió en ello el presidente italiano Giulio
Andreotti, que según recuerda, en una entrevista con el Pontífice
“le dije que con los datos que yo tenía se excluía una
participación búlgara y que, por tanto, debemos buscar la verdad en
otra parte”. Y es que según muchos estudiosos, la “pista
búlgara” fue un montaje –“el mayor de la historia”, dice el
autor francés Christian Roulette– que tenía por objeto ocultar
las pistas que condujeran a la verdad.