26 febrero, 2013

OBJETIVO: MATAR AL PAPA JUAN PABLO II (1ª Parte)


El 13 de mayo de 1981, Ali Agca asomó un revolver Browning sobre la multitud que aclamaba a Juan Pablo II y abrió fuego contra él. Le hirió de forma severa pero no le asesinó. Nunca se supo si Ali Agca actuó en solitario o fue el pistolero elegido por un grupo de conspiradores que pretendía acabar con la vida de un pontífice que ya estaba cambiando la historia. Precisamente, la teoría del complot internacional fue la que más hondo caló en la opinión pública mundial. Incluso tras su liberación, muy pocos ponen en duda la tesis de la llamada “pista búlgara”, según la cual los altos mandos de la URSS encargaron el asesinato a los servicios secretos de Bulgaria, los cuales, gracias a sus contactos con el grupo terrorista turco Lobos Grises, idearon la trama para que el pontífice polaco no pudiera llevar a cabo sus planes de acabar con el comunismo a partir de su apoyo al sindicato Solidaridad de Polonia, que acabó por provocar años después el levantamiento del pueblo contra el gobierno comunista, generando una reacción en cadena que concluyó con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS.
Tanto Juan Pablo II como el presidente norteamericano Ronald Reagan siempre fueron considerados como los líderes morales de ese triunfo sobre el Pacto de Varsovia. Si ese 13 de mayo de 1981, Wojtila hubiera muerto “aquella década hubiera sido otra y nuestro mundo no sería este”, decía el diario El País el pasado 12 de enero. Y es que en realidad, el intento de magnicidio catapultó hacia la santidad en vida al propio Papa y elevó su autoridad moral en la lucha contra el comunismo. Y es que sin ese intento de asesinato la Historia hubiera sido diferente.
Sin embargo, el predicamento en la opinión pública de la llamada “pista búlgara” es inversamente proporcional a las pruebas que implican a la URSS y Bulgaria en el complot. Ninguno de los procedimientos judiciales que se llevaron a cabo en Italia pudieron confirmar a participación de elementos búlgaros en el fallido asesinato. En uno de ellos, el magistrado Ferdinando Imposimato no pudo atar cabos para demostrarlo. En su opinión, tras el complot existieron otros individuos que todavía estarían vivos y deseando que no se conozca una verdad que sólo Agca sabe: “Conoce muchas cosas, sabe quién le encargó matar al Papa y estoy convencido de que ahora que está en libertad su vida corre peligro”, afirma Imposimato seis meses después de que la desclasificación de documentos secretos de la época comunista en Bulgaria no sirvieran para implicar al bloque del Este en el magnicidio.

¿Pretendía Ali Agca asesinar al Papa?
Tras los disparos, Juan Pablo II tuvo que ser operado de urgencia durante más de cinco horas. Sufrió doce cortes en el intestino, le extirparon un total de 55 centímetros, le practicaron una colonoscopia y tuvo que recibir una transfusión. Cuando entró en el Hospital Gemelli, el equipo de médicos se temió lo peor, pero cuando abrieron el abdomen y descubrieron cuál había sido la trayectoria de la bala respiraron aliviados, sin dejar de tener en cuenta la extrema gravedad del paciente.
Cinco días después, el Papa quedó fuera de peligro. Pero las incógnitas no quisieron abordarse entonces. Ya había sido detenido Ali Agca, el autor de los disparos y ya se sabía de él que era un asesino profesional y miembro de los Lobos Grises, en cuya organización había granjeado pese a su juventud fama de tirador certero. Al analizar los detalles surgen las dudas, puesto que Agca disparó a menos de seis metros del Papa. Para hacerlo, lo hizo levantando la pistola entre los asistentes situando el cañón hacia abajo. Para Francesco Bruno, que trabajó en los servicios secretos italianos entre 1978 y 1987 como criminólogo, la forma de disparar y la distancia a la que lo hizo, es idónea sólo para causar heridas severas: “No tuvo jamás la intención de matar al Papa, sino herirle de gravedad”. Y es que desde su situación, si Agca hubiera disparado frontalmente en dirección al tórax hubiera asesinado al Papa… “Así lo habría hecho cualquier asesino profesional. Y él lo era”, sentencia Bruno.
Pero además hay otro detalle importante: la pistola utilizada. Y es que Ali Agca efectuó los disparos –uno o dos, siempre ha existido disparidad de versiones– con una pistola semiautomática Browning del calibre 9: “Ningún asesino serio la habría usado para matar a su víctima”, señala el criminólogo italiano. Y es que fue concebida, por ser ligera y precisa, como arma de defensa personal pero no como de ataque. Incluso su capacidad ha sido polémica en aquellos ejércitos como el argentino, que la adquirieron para sus hombres: “Tenemos documentados casos en los cuales un delincuente sigue huyendo aun después de dos o tres disparos”, puede leerse como queja en la revista oficial Tecnología para Defensa. Por esta razón, sus fabricantes decidieron cambiar posteriormente el calibre por un parabellum para hacerla más potente y sus disparos sí pudieran ser mortales.
El terrorista turco recibió la pistola unos días antes de cometer el atentado, mientras se encontraba en un hotel de Palma de Mallorca. Se había fugado de la cárcel en noviembre del año anterior tras haber sido condenado a muerte. Siempre se sospechó de la facilidad que tuvo para escapar de prisión así como para desplazarse por media Europa sin ningún tipo de problema. La posibilidad de que hubiera estado protegido por alguien en todo momento siempre ha estado presente. Incluso cuando partió hacia Roma desde el Aeropuerto de Son San Joan en Mallorca, el detector de metales “pitó” a su paso, pero tras las comprobaciones pertinentes le dejaron continuar ya que oficialmente fue un cortauñas la causa de que saltara la alarma. Ya en Roma, el día 9 de mayo obtuvo una suerte de visado para poder estar cerca del Papa en los actos de aquellos días y el 13 de ese mismo mes intentó cometer el atentado.
La posible existencia de un complot contra el Papa encabezado por los soviéticos se hizo hueco en la prensa italiana apenas una semana después del atentado. Al parecer, un informe de los servicios secretos italianos apuntaba en esa dirección, pero según informaría el 1 de febrero de 1982 el diario La Repubblica, aquel documento no existió en realidad.

¿Falsas pistas búlgaras?
Sin embargo, la llamada “pista búlgara” cobró cuerpo en el verano de 1982 a raíz de las informaciones publicadas por la periodista norteamericana Clara Sterling. Según esta informadora, los Lobos Grises mantenían abierta una ruta de tráfico de drogas y armas entre Turquía y Bulgaria con la connivencia de altos mandatarios y el control de los servicios secretos de este último país. La existencia de esa trama fue aprovechada por el KBG para encargar el intento de asesinato de Juan Pablo II, para lo cual los Lobos Grises eligieron a uno de sus pistoleros con menos escrúpulos: Ali Agca. Entonces, se tramó su fuga de prisión y se organizó toda la cobertura para que cometiera el crimen, habida cuenta de la existencia de una amplia logística, ya que según Sterling, los Lobos Grises se habían convertido en una herramienta que los servicios secretos ex soviéticos controlaban y utilizaban según convenía.
Aunque en un principio el propio Ali Agca sostuvo la teoría “oficial”, la “pista búlgara” nunca se ha sostenido en pruebas confirmadas. Los diferentes personajes de nacionalidad búlgara que fueron procesados siempre acabaron en libertad y el propio Papa manifestó sus dudas. En su libro Memoria e Identidad califica a Agca como la punta del iceberg de un plan que nada tuvo que ver con los búlgaros. También insistió en ello el presidente italiano Giulio Andreotti, que según recuerda, en una entrevista con el Pontífice “le dije que con los datos que yo tenía se excluía una participación búlgara y que, por tanto, debemos buscar la verdad en otra parte”. Y es que según muchos estudiosos, la “pista búlgara” fue un montaje –“el mayor de la historia”, dice el autor francés Christian Roulette– que tenía por objeto ocultar las pistas que condujeran a la verdad.