24 enero, 2013

DAVOS: LA ONG DE LOS AMOS DEL MUNDO


Posiblemente no hay una reunión de hombres, y alguna mujer, pero pocas, más poderosos. Bueno, sí las hay, varias, al menos una docena de ellas a lo largo de todo el año, pero la reunión de Davos (Suiza) pasa por ser la más abierta y transparente. Además, suelen acudir periodistas que pueden preguntar (una costumbre que se pierde en comparecencias oficiales), políticos que están al margen de los juegos entre los poderosos, retransmiten todas las reuniones vía internet... Y se abren a nuevas propuestas, a trabajos innovadores, a la búsqueda de iniciativas que fomenten el desarrollo sostenible, etc. Es decir: los que mandan se vuelven buenos y bajan a la arena. Casi, casi, se vuelven una especie de ONG.
Al menos, esa es la apariencia y lo que se pretende mostrar. Tanto es así que algunos medios de comunicación celebran la reunión, mandan sus corresponsales, elogian las iniciativas... Es como si cayeran en la trampa, porque en el fondo, el Foro Económico Mundial de Davos tiene claro que preconiza, defiende y alienta el libre mercado y la competencia, aunque también eso es la apariencia, porque sólo lo hacen si interesa. Fue muy comentada la exposición de Bill Gates en 2009, cuando defendió sus bondades y la forma en la que intenta mejorar el mundo -aquí, para algunos, “el mundo” es “su mundo”- con sus iniciativas. Digo que no deja de ser curioso, porque su empresa es de las que menos contribuyen a que todos puedan acceder en libertad a las cosas; las sentencias sobre cómo han vulnerado los principios de competencia leal ocuparían un libro. Del mismo modo, en Davos presumen de defender el liberalismo como mejor camino para mejorar el mundo. Y vuelve a ser curioso que los banqueros sean los más presentes en la reunión, cuando hace no mucho sus ideales liberales fueron seccionados por ellos mismos para poner la mano frente a los palacios gubernamentales y pedir que les ayudaran y rescataran. Seamos sinceros: Gates y los banqueros asumen como maravillosa la libertad -sólo la económica, claro- cuando les interesa, pero luego, cuando se trata de someter esa libertad en nombre de “su mundo”, no tienen problema en ser más intervencionistas que nadie. Eso sí: llevan al extremo su creencia en que lo que se da... no se devuelve.
En la reunión que el día 23 de enero mantuvieron los principales directores de los bancos más importantes del mundo se produjo uno de esos momentos que es necesario poner en las portadas del periódico que cuenta aquello que nos afecta. Una periodista pidió que levantaran la mano quienes estaban a favor de que existieran más controles y más regulación para la actividad bancaria. Sólo dos asistentes la levantaron. Y luego pidió lo contrario: que levantaran la mano quienes querían menos regulación. Ahí, cientos de banqueros -menos dos- las alzaron. Está claro. Eso sí, cuando los ciudadanos, con sus impuestos, con los recortes que han sufrido, con el fin del sistema de bienestar, han tenido que cubrir las ayudas que ellos requirieron para seguir en “su mundo” -el llamado rescate- se olvidaron de loas a la globalización, al liberalismo, al capitalismo, etc... Pero que después, ese es su ideario, no se le ocurra a nadie pedirles responsabilidad ni exigir cuentas.
En mi libro “Triple A” expongo con detalle las decenas de acciones de demuestran lo irregular de las operaciones bancarias en los últimos decenios, así como las pruebas definitivas de que esa falta de regulación -no la hay, por muchos que algunos sigan diciendo que los estados se entrometen- desde los años ochenta es la auténtica responsable de la crisis que estamos viviendo. Uno de los bancos que aparece ahí, en numerosas ocasiones, es JP Morgan. Su presidente es Jamie Dimon, un hombre que no lo debe estar pasando nada bien ya que pasó de ganar un sueldo de 23 millones de dólares anuales a ganar sólo 11,3 (más las comisiones, claro, de tanto o más dinero) a consecuencia del castigo que le interpuso su consejo de administración debido a las pérdidas que tuvo uno de sus agentes a la hora de invertir. La cuestión es más grave, porque en esa misma reunión en la que sólo dos alzaron su mano para pedir que haya más controles, llegó a decir que era necesario detener esas ínfulas de control por parte de algunos poderosos y se mostró satisfecho por las cosas que se están consiguiendo en ese aspecto. “Alguien debe estar detrás de las personas y los gobiernos”, llego a decir. Su sentencia es un alegato brutal contra la democracia y la soberanía popular. Porque “detrás”, es decir, encima, controlando y mandando, están ellos. Y para glosar las bondades del riesgo -al que defendió- habló de los 7 billones que recaudó el año pasado en todo el mundo “para dárselos a la gente”. Quizá habría que explicarle que ese dinero que recaudó no salió de la nada y no se lo dan a la gente, sino que se lo toman y actúan: se lo quitan a la gente de lo que deberá pagar en el futuro, de lo que podrán comprar para subsistir, si pueden, de lo que acabarán pagando por su hipoteca o por la renovación de sus créditos cuando tengan que pedir otros para seguir comiendo y del esfuerzo de su trabajo diario convertido en un sueldo que los trabajadores sólo cobran a mes vencido, que ni los empresarios saben si podrán tenerlo mañana, pero ellos si pueden disponer del mismo con meses y años de antelación, convertido en una cifra en papel -en los llamados paquetes financieros, que digan lo que digan está formado por nuestro dinero de mañana- pero que tiene el valor que necesitan para seguir su ruleta rusa. Eso sí: la bala cargada sólo estalla en la cabeza de los ciudadanos.