25 enero, 2013

LUCES Y SOMBRAS DE LA EDAD MEDIA EN LA REVISTA “HISTORIA DE IBERIA VIEJA”


Cuando hace no mucho entrevisté a José Luis Corral, catedrático en Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza, empecé a vislumbrar la posibilidad de hablar sobre la luces, en medio de las sombras, que se encendieron en la Edad Media. Habitualmente, pensamos que el Medievo fue un túnel oscuro en el que se metió la humanidad y que sólo cuando salió empezó a progresar. Y eso es cierto... sólo en parte. Él hablaba de cómo en la era de las catedrales, no mucho después del año 1000, hubo un significativo avance en muchas cuestiones culturales y sociales. Ahora, con la publicación del número 92 de la revista Historia de Iberia Vieja, este asunto ocupa nuestra portada.
Además, en el presente número hemos querido profundizar en la figura de uno de los intelectuales más importantes que ha dado nuestra historia, como es Miguel de Unamuno, además de presentar hechos y situaciones que, siendo inmensamente importantes, han pasado a ocupar una página de la historia menos conocida, como son los planes de los hombres de Felipe V para conquistar Inglaterra y cómo fueron algunas de las ofensivas que se realizaron. También ahondamos en la vida de Joan Pujol, alias Garbo, un espía que logró que Hitler le creyera... con la particularidad de que Hitler no sabía que Garbo trabajaba en secreto para el enemigo, de modo que no se preparó para el desembarco de Normandía, el acontecimiento bélico que marcó el inicio de su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Para algunos, este espía español es el más importante que jamás ha existido...
Y mucho más... Disfruta del nuevo número de Historia de Iberia Vieja. 

24 enero, 2013

DAVOS: LA ONG DE LOS AMOS DEL MUNDO


Posiblemente no hay una reunión de hombres, y alguna mujer, pero pocas, más poderosos. Bueno, sí las hay, varias, al menos una docena de ellas a lo largo de todo el año, pero la reunión de Davos (Suiza) pasa por ser la más abierta y transparente. Además, suelen acudir periodistas que pueden preguntar (una costumbre que se pierde en comparecencias oficiales), políticos que están al margen de los juegos entre los poderosos, retransmiten todas las reuniones vía internet... Y se abren a nuevas propuestas, a trabajos innovadores, a la búsqueda de iniciativas que fomenten el desarrollo sostenible, etc. Es decir: los que mandan se vuelven buenos y bajan a la arena. Casi, casi, se vuelven una especie de ONG.
Al menos, esa es la apariencia y lo que se pretende mostrar. Tanto es así que algunos medios de comunicación celebran la reunión, mandan sus corresponsales, elogian las iniciativas... Es como si cayeran en la trampa, porque en el fondo, el Foro Económico Mundial de Davos tiene claro que preconiza, defiende y alienta el libre mercado y la competencia, aunque también eso es la apariencia, porque sólo lo hacen si interesa. Fue muy comentada la exposición de Bill Gates en 2009, cuando defendió sus bondades y la forma en la que intenta mejorar el mundo -aquí, para algunos, “el mundo” es “su mundo”- con sus iniciativas. Digo que no deja de ser curioso, porque su empresa es de las que menos contribuyen a que todos puedan acceder en libertad a las cosas; las sentencias sobre cómo han vulnerado los principios de competencia leal ocuparían un libro. Del mismo modo, en Davos presumen de defender el liberalismo como mejor camino para mejorar el mundo. Y vuelve a ser curioso que los banqueros sean los más presentes en la reunión, cuando hace no mucho sus ideales liberales fueron seccionados por ellos mismos para poner la mano frente a los palacios gubernamentales y pedir que les ayudaran y rescataran. Seamos sinceros: Gates y los banqueros asumen como maravillosa la libertad -sólo la económica, claro- cuando les interesa, pero luego, cuando se trata de someter esa libertad en nombre de “su mundo”, no tienen problema en ser más intervencionistas que nadie. Eso sí: llevan al extremo su creencia en que lo que se da... no se devuelve.
En la reunión que el día 23 de enero mantuvieron los principales directores de los bancos más importantes del mundo se produjo uno de esos momentos que es necesario poner en las portadas del periódico que cuenta aquello que nos afecta. Una periodista pidió que levantaran la mano quienes estaban a favor de que existieran más controles y más regulación para la actividad bancaria. Sólo dos asistentes la levantaron. Y luego pidió lo contrario: que levantaran la mano quienes querían menos regulación. Ahí, cientos de banqueros -menos dos- las alzaron. Está claro. Eso sí, cuando los ciudadanos, con sus impuestos, con los recortes que han sufrido, con el fin del sistema de bienestar, han tenido que cubrir las ayudas que ellos requirieron para seguir en “su mundo” -el llamado rescate- se olvidaron de loas a la globalización, al liberalismo, al capitalismo, etc... Pero que después, ese es su ideario, no se le ocurra a nadie pedirles responsabilidad ni exigir cuentas.
En mi libro “Triple A” expongo con detalle las decenas de acciones de demuestran lo irregular de las operaciones bancarias en los últimos decenios, así como las pruebas definitivas de que esa falta de regulación -no la hay, por muchos que algunos sigan diciendo que los estados se entrometen- desde los años ochenta es la auténtica responsable de la crisis que estamos viviendo. Uno de los bancos que aparece ahí, en numerosas ocasiones, es JP Morgan. Su presidente es Jamie Dimon, un hombre que no lo debe estar pasando nada bien ya que pasó de ganar un sueldo de 23 millones de dólares anuales a ganar sólo 11,3 (más las comisiones, claro, de tanto o más dinero) a consecuencia del castigo que le interpuso su consejo de administración debido a las pérdidas que tuvo uno de sus agentes a la hora de invertir. La cuestión es más grave, porque en esa misma reunión en la que sólo dos alzaron su mano para pedir que haya más controles, llegó a decir que era necesario detener esas ínfulas de control por parte de algunos poderosos y se mostró satisfecho por las cosas que se están consiguiendo en ese aspecto. “Alguien debe estar detrás de las personas y los gobiernos”, llego a decir. Su sentencia es un alegato brutal contra la democracia y la soberanía popular. Porque “detrás”, es decir, encima, controlando y mandando, están ellos. Y para glosar las bondades del riesgo -al que defendió- habló de los 7 billones que recaudó el año pasado en todo el mundo “para dárselos a la gente”. Quizá habría que explicarle que ese dinero que recaudó no salió de la nada y no se lo dan a la gente, sino que se lo toman y actúan: se lo quitan a la gente de lo que deberá pagar en el futuro, de lo que podrán comprar para subsistir, si pueden, de lo que acabarán pagando por su hipoteca o por la renovación de sus créditos cuando tengan que pedir otros para seguir comiendo y del esfuerzo de su trabajo diario convertido en un sueldo que los trabajadores sólo cobran a mes vencido, que ni los empresarios saben si podrán tenerlo mañana, pero ellos si pueden disponer del mismo con meses y años de antelación, convertido en una cifra en papel -en los llamados paquetes financieros, que digan lo que digan está formado por nuestro dinero de mañana- pero que tiene el valor que necesitan para seguir su ruleta rusa. Eso sí: la bala cargada sólo estalla en la cabeza de los ciudadanos.

23 enero, 2013

ENTRE HANEKE Y BUKOWSKI: LO QUE (NO) VALE LA VIDA


En el plazo de 24 horas vi Amor, la última película de Michael Haneke, y leí Cuando el capitán salió a comer, los marineros tomaron el barco, el diario-libro de Charles Bukowski. Han sido dos aproximaciones al arte de lo más extraordinario. Son trabajos plenos, extraordinarios y motivadores. En principio, ambas obras son diametralmente opuestas. Pero eso es la apariencia; la sensación ante ellas es parecida: la reflexión ante el valor de la vida o, más aún, el valor de lo vivido. Y ambos trabajos están efectuados por artistas que se encuentran en la cumbre de su madurez (aunque entre ambas hayan pasado veinte años),  que el universo que se abre hacia atrás es mucho mayor que hacia delante. Ahí radica el valor de la reflexión que plantean, que no hay que juzgar, ni comentar ni corregir o asimilar. Es el valor que ellos le dan y con eso basta.
En su libro, emerge un Bukowski que reflexiona sobre el oficio del escritor como sujeto que está anclado, para su desgracia, a la vida o al menos a lo que no pocos consideran vida. Como suele ser habitual en él, Bukowski es tan duro como claro, aunque aquí aparece un hombre que es mucho más que La máquina de follar, el libro por el que tantos le conocieron. Le salva la ironía, a ratos divertida, a ratos... vida. Pero su reflexión sobre el ser humano, la deriva en la que se halla, la cosa esa que llaman vida -“la vida que algunos viven”, dice Bukowski en plan despectivo, como diciendo que vaya cosa que algunos han elegido para ver pasar los días, una nada detrás de otra nada- cala tan hondo como para concluir que nada merece la pena salvo exprimir, a modo de razón para seguir aquí, la cosa esta que pasa de forma inexorable. Como acostumbra, Haneke emplea un hecho o acontecimiento para presentar el momento a partir del cual llega la reflexión: un matrimonio maduro, que tiene de todo, o al menos casi todo lo que han querido, que han vivido una vida intelectual, una vida plena, en la que desarrollaron con éxito sus vocaciones, afronta el revés de la salud cuando ella sufre un ataque que finalmente le deja postrada en la cama, sin ser nada de lo que fue, si poder utilizar su bagaje, su mente, su vida, lo que fue... que ya no es.
En el fondo, ambos defienden la necesidad de vivir. De hacerlo al límite de la experiencia, bien sea corporal, bien sea mental. Lo importante es que sea, si bien al final del camino, cuando todo está en la última cuesta abajo, el valor es el mismo, es decir, nada o casi nada. La vida es lo que es, pongan el adjetivo que quieran, pero ya que tenemos la opción, pese a todo, pese a que después seamos conscientes de que es eso, al menos, que sea con M mayúscula. La única verdad es que todos iremos al hoyo y que todos criaremos malvas antes que después, aunque hayamos vivido pensando -eso es vivir, y es que si es que es algo, vivir es pensar-, la proximidad del último día sea mucho más dura habiendo vivido en condiciones que no. Es una elección: o vivir viendo como pasan las horas o vivir sacando fruto de esas horas, pero tomando como libro de estilo lo que hayamos decidido nosotros, no lo que otros digan que es lo correcto. Lo segundo, vivir viviendo, vivir pensando, y más aún cuando llega el final, es mucho más duro, mucho menos recomendable, mucho menos satisfactorio... Pero, pese a todo, es mejor, porque la vida no merece la pena, viene, llega y cuando se empieza a pasar, se echa de menos, aunque echar de menos sea quizá lo más duro. Aún con todo, es mejor echar de menos la nada, habiendo sido un poco algo, que la nada absoluta.