Presentador del programa "La rosa de los vientos" de Onda Cero #rosavientos, director de la revista "Historia de Iberia Vieja" @HistoriaIberia y autor de 17 libros. La última obra es "Triple A" (Libros Cúpula, Planeta).
13 noviembre, 2007
"¿POR QUÉ NO TE CALLAS?" OTRA VERDAD INCÓMODA (PARTE 1ª)
El pasado sábado 10 de noviembre, durante la celebración de la Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile estalló el escándalo cuando el Rey de España alzó la voz y mandó callar al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, cuando éste interrumpía a su homólogo español Rodríguez Zapatero para calificar como fascista al anterior mandatario español, José María Aznar. Nadie desconoce lo sucedido. Y analizado con frialdad, nadie puede sentirse satisfecho. Cierto es que la insistencia de Chávez en sus alusiones resultaba incómoda per se y reiterativa hasta conseguir nulidad argumental. Y más cierto es que, pese a que la reacción del Rey de España ha sido aplaudida y defendida en España, nadie puede justificarla y perjudicará gravemente la imagen de España en América y contribuirá a reforzar posiciones críticas contra la actitud de la "madre patria". "¿Por qué no te callas?", dijo Juan Carlos I, el único jefe de Estado no electo que participaba en la cumbre al mandatario que -guste o no- entre todos los asistentes más veces ha resultado elegido en las urnas.
Tras esta polémica subyacen muchos elementos trascendentes que iré desgranando en varios capítulos en relación al golpe de Estado fallido que apartó durante dos días del poder a Chávez en 2002. Según el mandatario venezolano, España tuvo una participación notable en aquel golpe. Precisamente, sobre este asunto escribí todo un capítulo en mi libro El Gobierno Invisible (Ed. Espejo de Tinta), fruto de una larga investigación. A continuación, recuperaré parte de esa información que puede servir para comprender mejor la situación. Para ello, nos situamos en el 18 de noviembre de 2004.
Un fiscal incómodo
Eran las 21.45 horas cuando aquel jeep que circulaba por la avenida Las Ciencias de Caracas (Venezuela) estalló en mitad de la calzada. Nada se pudo hacer para salvar la vida del único ocupante del vehículo…
Los autores del atentado habían investigado a conciencia su objetivo. Sabían de sus hábitos, de sus costumbres, de sus rutas. Conocían sus puntos débiles. Fruto de ese trabajo previo dedujeron que el mejor momento para montar el operativo era entre las 18.00 y 21.00 horas. Durante ese tiempo el coche permanecía estacionado en las inmediaciones del Instituto de Investigaciones Policiales, en donde su conductor asistía a un cursillo sobre criminología. Abrieron el vehículo y bajo el asiento colocaron una cápsula de 250 gramos de C-4, un brutal explosivo militar fabricado por Estados Unidos. Unido a la bomba, los autores de la matanza colocaron un teléfono móvil que se activaría a distancia actuando como iniciador de la explosión. Luego sólo hubo que esperar: el conductor tomó el coche y cuando los terroristas decidieron que era el momento, activaron el receptor y la bomba estalló.
La víctima se llamaba Danilo Anderson. Era uno de los más valientes fiscales del país. En aquellas fechas llevaba entre manos un caso especialmente delicado y grave, pues trataba de depurar responsabilidades penales para procesar a los responsables e instigadores del intento del golpe de Estado que el 11 de abril de 2002 a punto estuvo de derrocar al presidente venezolano Hugo Chávez. Lo que estaba encontrando Anderson en su investigación apuntaba directamente a algunos líderes opositores, así como importantes empresarios venezolanos, vinculados, todos ellos, al entorno de varios líderes mundiales. Y, detrás de éstos, una colección de think-tank o "laboratorios de ideas", a los que dedico el contenido del libro El Gobierno Invisible.
Las investigaciones dieron pronto con parte de los responsables del atentado, pero cuando iban a ser detenidos alguien los mató, alguien que no tenía ningún interés en que se conociera la verdad...
«España apoyó el golpe»
Pocos días después de aquel suceso el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, visitó España. La ocasión fue aprovechada por Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores, para desvelar en un programa de televisión que el anterior gobierno español había apoyado el golpe de Estado en Venezuela. De hecho, el ex presidente José María Aznar fue uno de los primeros líderes mundiales en reconocer como nuevo presidente a Pedro Carmona, el empresario que lideró el golpe y que se autoproclamó nuevo máximo mandatario.
Las declaraciones de Moratinos provocaron una intensa polémica. Varios medios de comunicación se echaron al cuello del ministro y en una cadena de radio se rebautizó al líder de la diplomacia española con el apodo de «desatinos». Por su parte, el Partido Popular, en la oposición desde el 14-M pero al frente del gobierno cuando tuvo lugar el golpe, pidió la dimisión del ministro, que, sin embargo, fue ratificado y defendido por el propio presidente, José Luis Rodríguez Zapatero.
Moratinos se vio obligado a comparecer en el Congreso de los Diputados para justificar sus denuncias. Durante su exposición mostró telegramas que certificaban cómo las comunicaciones que mantuvieron en los días del golpe el presidente Aznar y el embajador de España en Venezuela, Manuel Viturro, estaban encaminadas a apoyar a los golpistas, circunstancia que quedó demostrada con otros documentos y pruebas presentadas por el ministro. Sin embargo, los medios de comunicación fueron excesivamente tibios a la hora de reflejar el contenido de aquella comparecencia.
Ese día volvió a demostrarse que existe en España un verdadero prejuicio respecto a la situación política en Venezuela. Tanto se ha alterado la realidad que, si usted pregunta por la calle a cualquier ciudadano, lo más seguro es que piense y crea que Hugo Chávez es un golpista de esos que tanto han abundado en América en las últimas décadas. Su imagen, embutido siempre en un traje militar de campaña, y sus aires histriónicos han sido utilizados para tergiversar una realidad de la que hablan los números, números que dicen que Venezuela creció económicamente en el año 2005 más que ningún otro país del mundo. Se proporcionaron millones de hectáreas a más de cien mil campesinos sin tierra y se pusieron en marcha once mil centros de salud que han reducido a la mitad la mortalidad infantil del país. Sin embargo —y ahí radica el problema— Venezuela crece de espaldas a las sombras que dirigen el mundo desde el 11-S, si bien sería incauto negar la existencia de serios problemas de seguridad y burocracia en el país, que impiden la aceleración del reparto entre los ciudadanos de los beneficios que genera el petróleo.
Con permiso de la Cuba de Fidel Castro, Venezuela y Hugo Chávez se han convertido en los más preclaros enemigos de Estados Unidos en Latinoamérica. Las razones de ese enfrentamiento hay que buscarlas —por enésima vez— en el oro negro. De hecho, Venezuela proporciona el 19 por ciento del crudo que se consume en Estados Unidos, lo que lo convierte en el segundo suministrador del país después de Arabia Saudí. Todo esto quiere decir que el petróleo del país caribeño se ha convertido en fundamental para Washington y sus empresas petroleras aliadas, cuyas riquezas dependen en gran parte de que puedan participar del negocio de la extracción de crudo en Venezuela.
Así las cosas, en Washington no están dispuestos a admitir que Hugo Chávez prosiga en el poder. Y es que si su política de reformas triunfa, todo el continente americano interpretará que la ideología del peculiar presidente es la correcta para salir de la pobreza. Carlos Andrés Pérez, el presidente que precedió a Chávez, convirtió a Venezuela en un país aliado y el petróleo que producía seguía siempre el rumbo marcado por las poderosas empresas norteamericanas. Incluso en los periodos de precios altos, Estados Unidos instaba a sus empresas, tal y como indica Ignacio Álvarez Peralta en su obra Asalto a Bagdad (Editorial Popular, 2003), a contribuir al Sistema reinvirtiendo parte de sus ganancias en la Bolsa de Wall Street, lo cual resulta extraordinariamente rentable en épocas como las actuales, en las que un dólar infravalorado alimenta las inversiones extranjeras en el país. Sólo de ese modo puede equilibrarse la balanza entre importación y exportación, equilibrio que se quebró durante los años noventa y que resultaba necesario recuperar.
Por ello, si el dólar baja y el petróleo sube no es por una crisis sino porque conviene a la economía norteamericana, pero el plan sufriría dificultades si países como Irak, Irán o Venezuela lo desafían. En este contexto, el anuncio de Chávez de negociar el petróleo en euros también supone un serio revés para la Casa Blanca. Frente a todos estos riesgos para el gran capital se inició una campaña de acoso y derribo contra Hugo Chávez. El plan incluía operaciones encubiertas, el patrocinio y financiación de grupos opositores al presidente venezolano y la colaboración del países próximos a Venezuela que se pusieran del lado de Estados Unidos.
Para la consecución de este plan, España ha sido un elemento fundamental. Hasta el 2004, el gobierno estuvo del mismo lado de Estados Unidos; además, la colaboración se plasmó en una masiva venta de armas a Colombia y en la decisiva participación en la trastienda del golpe de Estado mediante el cual se intentó derrocar a Hugo Chávez… (Continuará)